jueves, 14 de febrero de 2013

Huye hacia abajo




El tema es la huida. Escapar. Irse y valer para otra batalla. O simplemente irse. La excusa es lo de menos. Ya encontraremos alguna justificación a mitad de camino. También es posible que hallemos una razón para volver. Hay que correr riesgos. Hay que correr. Correr sin mirar atrás.


Intentos como el precedente. Intentos de comenzar a hablar de algo que no se tiene claro desde un punto de partida difuso. Empezar a ir a ninguna parte desde una parte cualquiera. Huir por el teclado. Hasta la tecla siguiente. Hasta la tecla de borrado.


La inspiración como tema de inspiración (ay, hay un juego de palabras facilón –el ordenador te corrige y escribe vacilón- que te llama. Y vas, claro, como un pelotudo, vas) no resulta muy inspirador. Pedir perdón o huir. Sales por patas de este párrafo.


Huir del amor camino del sexo. Huir de uno camino de dos. Huir de viceversa por el camino inverso. Huir del camino ciudad a través.


De todos, de ti y de mí, siempre estamos huyendo.


Cuando uno escribe huye hacia abajo. Sí, inténtalo. ¿Lo ves? Llegas al margen derecho y tienes que bajar. Y así. Los niños no huyen. Siguen escribiendo allende el papel. Miguel, con dos o tres años, una noche, mientras tú preparabas la cena, se quedó dibujando en un folio sobre la mesita baja del salón. Cuando reapareciste, el folio estaba en el suelo, apenas dibujado, y la mesa casi completamente grafiteada con rotulador.


La asociación libre no pone impedimentos para que te sumes a ella. ¡Apúntate! Apúntate y dispara.


Disparar, del verbo salir disparado. Huir hasta quedarte sin aliento ni alientos.


¿Qué necesidad hay de ir por ahí? Con lo bien que se está en casa. Huyendo por el teclado sin moverse del sitio. Sitiado por la imperiosa necesidad de huir que te rodea, dejándote sólo el resquicio de tus diez dedos –te sobran siete- por el que acceder al teclado y escribir a toda lenta velocidad que hay que salir corriendo de aquí pero ya.


Actualmente está prohibido fabricar teclas de piano de marfil*.
*Información encontrada en mi huida más reciente durante un descanso para recuperar el resuello.


Vale, echad las campanas al vuelo. Eso sí: luego no os quejéis si os cae una cagada de campana en toda la cabeza.



lunes, 4 de febrero de 2013

Algunos hombres casados




Te atragantaste. Paraste penaltis. Hiciste el amor a ciegas. Limpiaste cristales. Escribiste mal. Leíste partituras. Mentira: jamás leíste partituras. Quisiste pasar del recuerdo a los hechos. Aún hoy podrías limpiar cristales correctamente.


Hay una trayectoria y velocidad que, engarzadas adecuadamente, tornan inútil cualquier esfuerzo. Bien lo saben los boxeadores, los porteros de fútbol y algunos hombres casados.


Se coló por ese rincón al que sólo llegan a tiempo los porteros cuando sueñan que llegan a tiempo de evitar el gol.


Todos sus abrigos eran abrigos de zorra. Así la recuerdas. No te hace ilusión que ocurra esto. Que después de tantos años compartidos, y después de tantísimos de distancia, se te ocurran frases como ésa cuando piensas en ella. Pero no quieres sentirte culpable de que tus pensamientos piensen por su cuenta. Ellos tendrán sólidas razones para rumiar lo que rumian. Lo que te falta es tener que salir en defensa de tus pensamientos. Lo que faltaba, vamos. Si creyeras que no todos sus abrigos lo eran de zorra, podrías partirle la cara a tu  cabeza. Pero no es el caso.


El despecho es un sentimiento larguísimo.


Alguna mañana, recuerdas, el olmo te dio peras.


Cuando despertaste, el mundo tal y como lo habías concebido hasta entonces había desaparecido. Sólo te pareció más inconcebible haberte quedado dormido. A tu lado dormía, aún desnuda, la primera vez. Sentías que la epifanía había tenido un comienzo y jamás tendría un final. Pero pronto supiste que habría una segunda ocasión. Y a partir del tercer encuentro, las ocasiones sucesivas serían, con suerte, como la segunda vez. La vez dieciocho, por ejemplo, se parecerá a la segunda. La trigésimo séptima, a la segunda. Con suerte.


Has encontrado a alguien a quien confesarle que ahora -en este preciso instante, ahora que todo el mundo está a punto de hacer silencio, justo ahora que van a quitarte las paredes, los adornos, el ánimo y la fe, ahora mismo que eres consciente de que estás más solo que la una y que este segundo puede no ser más que el preludio de una desoladora eternidad, ahora mismo, ahora ya, ahora el último ahora- ella es la única conocedora de tu entrañable información, y no va a utilizarla para hacerte daño. Ni ahora ni nunca. No es poca cosa, ¿eh? A ver si te enteras de que no es poca cosa tener a alguien a quien decirle que te estás muriendo de miedo, sabiendo que no hará más que temblar contigo y guardarte el secreto.


Vaca de buen ver busca pareja establo.